jueves, 12 de julio de 2012

Capítulo 7 - Hierro Oxidado


Sox, mi gatito, me esperaba acomodado en el sofá como si estuviera viendo la televisión. Dejé mis cosas en la mesa de cristal y fui a acariciarlo, era tan suave… el único problema era que soltaba demasiado pelo tanto él como yo. Se estiró lo más que pudo.

- ¿Qué vamos a comer hoy?

- Braaaawww :3

No solía contestarme mientras le hablaba, pero siempre que le acariciaba en el cuello me daba las gracias a base de miaus.

Fui a la cocina. Como de costumbre, apenas me dejaba andar por la casa restregándose por las piernas a ver si podía premiarle con comida. Le puse un poco de potito en su plato, tan mimado y gordito como siempre, le encantaba.

Después de eso no quise comer. El bichosocruasán” me había quitado las ganas.

Me quité la ropa empezando por los zapatos, entonces, me percaté de que no iba bien combinada.

- Que desastre soy… 

Recordé a mi novio en esos instantes. Solía prepararle la ropa para el día siguiente. Su gusto para vestirse no me parecía muy bueno o tan solo era yo, una maniática.

Las cosas con él iban tensas. Llevaba unos 15 días aproximadamente sin llamarle, ni aparecer por su casa, ni él en la mía. Resultaba un poco complicado llamarle en ese instante con tanto tiempo sin comunicación. Alguien tenía que reaccionar.

A cambio de esa ropa, me puse unos tejanos grises, nuevos, pero que aparentaban tener un tiempo, junto con una camisa rayada y unas converse negras un poco sucias.

Pasando de la situación, cogí el bolso cruzado negro y cerré de un portazo accidental.

Bajé las escaleras, esta vez sin tanta prisa. A paso lento y avanzando a la fuerza, me dirigí al parking. No quería llamarle por teléfono porque acabaría siendo una conversación fría y sin rumbo, tenía que hacerlo en persona y aclararlo todo de una vez.

Después de tres semáforos llegué a su edificio, había sitio en frente de la puerta así que aparque allí mismo. Su piso no era como el mío, en el edificio tan solo había seis puertas, no era un gran bloque y los pisos eran bastante grandes, aunque algo viejos. Tenía un estilo modernista, todo estaba muy bien detallado: los balcones, las ventanas, la puerta… todo decorado con formas orgánicas y vegetales.

Los nervios me aterraban de repente. ¿Qué decirle?... ¿Es un fin? ¿Se puede arreglar con el tiempo? Creía en la primera opción, el fin. En ese estado de la relación, no se podía arreglar con el tiempo, el tiempo, solo haría oxidar el hierro de forma completa.

Entré en el portal, viejo vuelvo a añadir. El edificio no contaba de timbres exteriores, sino que para llamar, debías de situarte enfrente de la puerta y dar unos golpes o pulsar el timbre que había al lado de cada una.

La puerta principal hizo un “ñac” algo grave, no tan agudo como en las películas. Me sorprendía como un bloque tan viejo estuviera tan limpio en esos instantes, solían jugar niños dentro y aun así estaba reluciente. El sol traspasaba el cristal de la puerta reflejando sus rayos en los buzones. Algunos necesitaban un buen cambio de imagen y otros, estaban nuevecitos con sus respectivas cerraduras.

Dejé de observar tanto y subí las escaleras hasta el segundo piso. Allí me detuve, el deseo de retroceder dudaba en mi cabeza.

Suspiré.

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