Sox, mi
gatito, me esperaba acomodado en el sofá como si estuviera viendo la
televisión. Dejé mis cosas en la mesa de cristal y fui a acariciarlo, era tan
suave… el único problema era que soltaba demasiado pelo tanto él como yo. Se
estiró lo más que pudo.
- ¿Qué vamos
a comer hoy?
- Braaaawww
:3
No solía
contestarme mientras le hablaba, pero siempre que le acariciaba en el cuello me
daba las gracias a base de miaus.
Fui a la
cocina. Como de costumbre, apenas me dejaba andar por la casa restregándose por
las piernas a ver si podía premiarle con comida. Le puse un poco de potito en su plato, tan mimado y gordito
como siempre, le encantaba.
Después de
eso no quise comer. El bichoso “cruasán” me había quitado las ganas.
Me quité la
ropa empezando por los zapatos, entonces, me percaté de que no iba bien
combinada.
- Que
desastre soy…
Recordé a mi
novio en esos instantes. Solía prepararle la ropa para el día siguiente. Su
gusto para vestirse no me parecía muy bueno o tan solo era yo, una maniática.
Las cosas
con él iban tensas. Llevaba unos 15 días aproximadamente sin llamarle, ni
aparecer por su casa, ni él en la mía. Resultaba un poco complicado llamarle en
ese instante con tanto tiempo sin comunicación. Alguien tenía que reaccionar.
A cambio de
esa ropa, me puse unos tejanos grises, nuevos, pero que aparentaban tener un
tiempo, junto con una camisa rayada y unas converse
negras un poco sucias.
Pasando de
la situación, cogí el bolso cruzado negro y cerré de un portazo accidental.
Bajé las
escaleras, esta vez sin tanta prisa. A paso lento y avanzando a la fuerza, me
dirigí al parking. No quería llamarle por teléfono porque acabaría siendo una
conversación fría y sin rumbo, tenía que hacerlo en persona y aclararlo todo de
una vez.
Después de
tres semáforos llegué a su edificio, había sitio en frente de la puerta así que
aparque allí mismo. Su piso no era como el mío, en el edificio tan solo había
seis puertas, no era un gran bloque y los pisos eran bastante grandes, aunque
algo viejos. Tenía un estilo modernista, todo estaba muy bien detallado: los
balcones, las ventanas, la puerta… todo decorado con formas orgánicas y
vegetales.
Los nervios
me aterraban de repente. ¿Qué decirle?... ¿Es un fin? ¿Se puede arreglar con el
tiempo? Creía en la primera opción, el fin. En ese estado de la relación, no se
podía arreglar con el tiempo, el tiempo, solo haría oxidar el hierro de forma
completa.
Entré en el
portal, viejo vuelvo a añadir. El edificio no contaba de timbres exteriores,
sino que para llamar, debías de situarte enfrente de la puerta y dar unos
golpes o pulsar el timbre que había al lado de cada una.
La puerta
principal hizo un “ñac” algo grave,
no tan agudo como en las películas. Me sorprendía como un bloque tan viejo
estuviera tan limpio en esos instantes, solían jugar niños dentro y aun así
estaba reluciente. El sol
traspasaba el cristal de la puerta reflejando sus rayos en los buzones. Algunos
necesitaban un buen cambio de imagen y otros, estaban nuevecitos con sus
respectivas cerraduras.
Dejé de
observar tanto y subí las escaleras hasta el segundo piso. Allí me detuve, el
deseo de retroceder dudaba en mi cabeza.
Suspiré.
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